EL BOSQUE SOBRE LAS OLAS

" El hombre del timón contempló la desbandada en silencio, no hizo nada para retener a quienes lo abandonaban, al menos le habían dejado los árboles, los trigos y las flores, con las trepadoras que se enrollaban a los mástiles y pendían de la amurada como festones. Debido al atropello de la salida se habían roto y derramado los sacos de tierra, de modo que la cubierta era como un campo labrado y sembrado, sólo falta que venga un poco más de lluvia para que sea un buen año agrícola. Desde que el viaje a la isla desconocida comenzó, no se ve al hombre del timón comer, debe ser porque está soñando, apenas soñando, y si en el sueño le apeteciese un trozo de pan o una manzana, sería un puro invento, nada más. Las raíces de los árboles están penetrando en el armazón del barco, no tardará mucho en que estas velas hinchadas dejen de ser necesarias, bastará que el viento sople en las copas y vaya encaminando la carabela a su destino. Es un bosque que navega y se balancea sobre las olas, un bosque en donde, sin saberse cómo, comenzaron a cantar pájaros, debían de estar escondidos por ahí y de repente decidieron salir a la luz, tal vez porque la cosecha ya esté madura y es la hora de la siega. Entonces el hombre fijó la rueda del timón y bajó al campo con la hoz en la mano, y, cuando había segado las primeras espigas, vio una sombra al lado de su sombra. Se despertó abrazado a la mujer de la limpieza, y ella a él, confundidos los cuerpos, confundidas las literas, que no se sabe si ésta es la de babor o la de estribor. Después, apenas el sol acabó de nacer, el hombre y la mujer fueron a pintar en la proa del barco, de un lado y de otro, en blancas letras, el nombre que todavía le faltaba a la carabela. Hacia la hora del mediodía, con la marea, La Isla Desconocida se hizo por fin a la mar, a la búsqueda de sí misma. "
José Saramago
La Isla desconocida

VENTANILLA

Ahora soy una madre y también una mujer casada, pero no hace mucho fui una delincuente. Mi hermano y yo nos habíamos quedado huérfanos. Eso de alguna manera lo justificaba todo. No teníamos a nadie. Y todo había sucedido de la noche a la mañana. Nuestros padres murieron en un accidente automovilístico durante las primeras vacaciones que hicieron solos, en una carretera cercana a Nápoles, creo, o en otra horrible carretera del sur. Nuestro coche era un Fiat amarillo, de segunda mano, pero que parecía nuevo. De él sólo quedó un amasijo de hierros grises. Cuando lo vi, en el desguazadero de la policía donde había otros coches accidentados, le pregunté a mi hermano por el color. -¿No era amarillo? Mi hermano dijo que sí, claro que era amarillo, pero eso fue antes. Antes del accidente. Las colisiones deforman el color o deforman nuestra manera de percibir el color. No sé qué quiso decir con eso. Se lo pregunté. Dijo: luz... color... todo. Pensé que el pobre estaba más afectado que yo. Esa noche dormimos en un hotel y al día siguiente volvimos a Roma en tren, con lo que quedaba de nuestros padres, y acompañados por una asistente social o una educadora o una psicóloga, no lo sé, mi hermano se lo preguntó y yo no oí la respuesta pues iba mirando el paisaje por la ventana. En el entierro sólo apareció una tía, hermana de mi madre, y detrás de mi tía aparecieron sus hijas atroces. Yo miré a mi tía todo el rato (que tampoco fue mucho) y en más de una ocasión creí descubrir una media sonrisa en sus labios, o a veces una sonrisa entera, y entonces supe (aunque en realidad ya lo sabía desde siempre) que mi hermano y yo estábamos solos en este mundo. El entierro fue breve. A la salida del cementerio besamos a nuestra tía y a nuestras primas y ya no las volvimos a ver. Mientras caminábamos a la estación de metro más próxima, le dije a mi hermano que mi tía había sonreído, por no decir que abiertamente se había carcajeado, mientras introducían los ataúdes en sus respectivos nichos. Me contestó que él también se había dado cuenta. A partir de ese momento los días cambiaron. Quiero decir, el transcurso de los días. Quiero decir, aquello que une y que al mismo tiempo marca la frontera entre un día y otro. De pronto la noche dejó de existir y todo fue un continuo de sol y luz. Al principio pensé que era debido al cansancio, al shock producido por la repentina desaparición de nuestros padres, pero cuando se lo comenté a mi hermano me dijo que a él le pasaba lo mismo. Sol y luz y explosión de ventanas. Llegué a pensar que nos íbamos a morir.
Roberto Bolaño
Una novelita lumpen

QUITARSE LAS BOTAS

Soy capaz de tantas cosas y no se dan cuenta. O no quieren darse cuenta. O hacen todo lo posible por no darse cuenta. Necedades. Dicen que la vida se puede recorrer por dos caminos: el bueno y el malo. Yo no creo eso. Yo más bien creo que son tres: el bueno, el malo y el que te dejan recorrer. El bueno lo he intentado andar y no me ha ido bien. Juro que ha sido así. De pequeño hice todo lo que consideré correcto y lo que está bendita New Orleáns, con sus acordes de ébano y sus insoportables chaquetas a rayas me inducía a hacer. Estudié profundamente y traté de trasladar mis conocimientos con pasión. Los estudiantes saben eso. También escribí encerrado en un pequeño mundo cuarto juntando frases, frustrándome ante las huidizas buenas palabras y las no menos resbaladizas imágenes, comparaciones, situaciones, personajes, diálogos. Asumí estar en ese camino porque es ese el modo como se consiguen los sueños. Al menos eso creía hasta un día, cuando tenía todo acabado y faltaba la confirmación de que había decidido bien, no hubo recompensa. No hubo zanahoria, Ahí me di cuenta de que ya estaba caminando, lejos de mi voluntad, por la otra senda. Esa que no es la buena ni la mala. Porque está claro que la buena es buena porque es una opción propia. La mala es mala porque también es tu opción. Pero la otra no es algo que hayas escogido, por lo cual no pueden decir que es ciertamente buena o ciertamente mala. Es ciertamente ajena, impropia. Por ese camino involuntario caminé, llevado de las narices, arrastrado como un palo sin poder animarme. Tuve que resignarme a ser como ellos me ordenaban, a aceptar sus juicios y sus rechazos. A comprobar una vez más que no todos pueden ver más allá de su aliento. A ser víctima de un sistema que hace de gente como yo infelices zombies o incomprendidos. Y hay que tener el espíritu muy bien templado, tal vez como acero damasquino o más, para afrontar semejante fuerza.
John Kennedy Toole
La conjura de los necios

INCOMUNICADO

Si volviera a nacer,
si empezara de nuevo,
volvería a buscarte en mi nave del tiempo,
es el destino quien nos lleva y nos guía,
nos separa y nos une a través de la vida.
Nos dijimos adiós, pasaron los años
volvimos a vernos una noche de sábado,
otro país, otra ciudad, otra vida,
pero la misma mirada felina,
a veces te mataría y otras en cambio te quiero comer,
ojillos de agua marina.
Cómo hablar,
si cada parte de mi mente es tuya,
y si no encuentra la palabra exacta,
cómo hablar,
cómo decirte
que me has ganado poquito a poco,
tú que llegaste por casualidad,
cómo hablar.
Como un pájaro de fuego que se muere en tus manos,
un trozo de hielo deshecho en los labios,
la radio sigue sonando, la guerra ha acabó
pero las ojeras no se han apagado aún
Cómo hablar,
si cada parte de mi mente es tuya,
y si no encuentra la palabra exacta,
cómo hablar,
cómo decirte
que me has ganado poquito a poco,
tu que llegaste por casualidad,
cómo hablar.
A veces te mataría y otras en cambio te quiero comer,
me estas quitando la vida,
Cómo hablar,
si cada parte de mi mente es tuya
y si no encuentra la palabra exacta
cómo hablar.
Antonio Vega
Cómo hablar

BAJA DE INVENTARIO

Han cerrado la puerta.

Han quitado el pestillo y la mirilla
para romper el contacto con el exterior.

Nos han cortado las manos
para no golpear la puerta.


José Manuel López
Y nosotros somos viejo silencio

PUNTO CARDINAL

Te deseo primero que ames,
y que amando, también seas amado.
Y que, de no ser así, seas breve en olvidar
y que después de olvidar, no guardes rencores.
Deseo, pues, que no sea así, pero que sí es,
sepas ser sin desesperar.
Te deseo también que tengas amigos,
y que, incluso malos e inconsecuentes
sean valientes y fieles, y que por lo menos
haya uno en quien confiar sin dudar
Y porque la vida es así,
te deseo también que tengas enemigos.
Ni muchos ni pocos, en la medida exacta,
para que, algunas veces, te cuestiones
tus propias certezas. Y que entre ellos,
haya por lo menos uno que sea justo,
para que no te sientas demasiado seguro
Te deseo además que seas útil,
más no insustituible.
Y que en los momentos malos,
cuando no quede más nada,
esa utilidad sea suficiente
para mantenerte en pie.
Igualmente, te deseo que seas tolerante,
no con los que se equivocan poco,
porque eso es fácil, sino con los que
se equivocan mucho e irremediablemente,
y que haciendo buen uso de esa tolerancia,
sirvas de ejemplo a otros.
Te deseo que siendo joven no
madures demasiado de prisa,
y que ya maduro, no insistas en rejuvenecer,
y que siendo viejo no te dediques al desespero.
Porque cada edad tiene su placer
y su dolor y es necesario dejar
que fluyan entre nosotros.
Te deseo de paso que seas triste.
No todo el año, sino apenas un día.
Pero que en ese día descubras
que la risa diaria es buena, que la risa
habitual es sosa y la risa constante es malsana.
Te deseo que descubras,
con urgencia máxima, por encima
y a pesar de todo, que existen,
y que te rodean, seres oprimidos,
tratados con injusticia y personas infelices.
Te deseo que acaricies un perro,
alimentes a un pájaro y oigas a un jilguero
erguir triunfante su canto matinal,
porque de esta manera,
sentirás bien por nada.
Deseo también que plantes una semilla,
por más minúscula que sea, y la
acompañes en su crecimiento,
para que descubras de cuantas vidas
está hecho un árbol.
Te deseo, además, que tengas dinero,
porque es necesario ser práctico,
Y que por lo menos una vez
por año pongas algo de ese dinero
frente a ti y digas: "Esto es mío"
sólo para que quede claro
quién es el dueño de quién.
Te deseo también que ninguno
de tus defectos muera, pero que si
muere alguno, puedas llorar
sin lamentarte y sufrir sin sentirte culpable.
Te deseo por fin que, siendo hombre,
tengas una buena mujer, y que siendo
mujer, tengas un buen hombre,
mañana y al día siguiente, y que cuando
estén exhaustos y sonrientes,
hablen sobre amor para recomenzar.
Si todas estas cosas llegaran a pasar,
no tengo más nada que desearte.
Sérgio Jockymann
Desejo “ os votos

DOMESTÍCAME

A mis amigas
El zorro calló y miró largo tiempo al principito:
-¡Por favor... domestícame! -dijo.
-Bien lo quisiera -respondió el principito-, pero no tengo mucho tiempo. Tengo que encontrar amigos y conocer muchas cosas.
-Sólo se conocen las cosas que se domestican -dijo el zorro-. Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Compran cosas hechas a los mercaderes. Pero como no existen mercaderes de amigos, los hombres ya no tienen amigos. Si quieres un amigo, ¡domestícame!
-¿Qué hay que hacer? -dijo el principito.
-Hay que ser muy paciente -respondió el zorro-. Te sentarás al principio un poco lejos de mí, así, en la hierba. Te miraré de reojo y no dirás nada. La palabra es fuente de malentendidos Pero, cada día, podrás sentarte un poco más cerca...
[...]
Así el principito domesticó al zorro. Y cuando se acercó la hora de la partida:
-¡Ah!... -dijo el zorro-. Voy a llorar.
-Tuya es la culpa -dijo el principito-. No deseaba hacerte mal pero quisiste que te domesticara...
-Sí-dijo el zorro.
-¡Pero vas a llorar! -dijo el principito.
-Sí-dijo el zorro.
-Entonces, no ganas nada.
-Gano -dijo el zorro-, por el color de trigo. Luego, agregó:
-Ve y mira nuevamente a las rosas. Comprenderás que la tuya es única en el mundo. Volverás para decirme adiós y te regalaré un secreto.
El principito se fue a ver nuevamente a las rosas.
[...]
Y volvió hacia el zorro:
-Adiós -dijo.
-Adiós -dijo el zorro-. He aquí mi secreto. Es muy simple: no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos. -Lo esencial es invisible a los ojos -repitió el principito, a fin de acordarse.
Antoine de Saint-Exupéry
El Principito

CONDENADO MAX

A los teatreros
MAX: ¡Latino!
DON LATINO: ¿Qué antojas? ¡Deja la mueca!
MAX: ¡Si Collet estuviese despierta!... Ponme en pie para darle una voz.
DON LATINO: No llega tu voz a ese quinto cielo.
MAX: ¡Collet! ¡Me estoy aburriendo!
DON LATINO: No olvides al compañero.
MAX: Latino, me parece que recobro la vista. ¿Pero cómo hemos venido a este entierro? ¡Esa apoteosis es de París! ¡Estamos en el entierro de Víctor Hugo! ¿Oye, Latino, pero cómo vamos nosotros presidiendo?
DON LATINO: No te alucines, Max.
MAX: Es incomprensible cómo veo.
DON LATINO: Ya sabes que has tenido esa misma ilusión otras veces.
MAX: ¿A quién enterramos, Latino?
DON LATINO: Es un secreto que debemos ignorar.
MAX: ¡Cómo brilla el sol en las carrozas!
DON LATINO: Max, si todo cuanto dices no fuese una broma, tendría una significación teosófica... En un entierro presidido por mí, yo debo ser el muerto... Pero por esas coronas, me inclino a pensar que el muerto eres tú.
MAX: Voy a complacerte. Para quitarte el miedo del augurio, me acuesto a la espera. ¡Yo soy el muerto! ¿Qué dirá mañana esa canalla de los periódicos?, se preguntaba el paria catalán.
MÁXIMO ESTRELLA se tiende en el umbral de su puerta. Cruza la costanilla un perro golfo que corre en zigzag. En el centro, encoge la pata y se orina. El ojo legañoso, como un poeta, levantado al azul de la última estrella.
MAX: Latino, entona el gori-gori.
DON LATINO: Si continúas con esa broma macabra, te abandono.
MAX: Yo soy el que se va para siempre.
DON LATINO: Incorpórate, Max. Vamos a caminar.
MAX: Estoy muerto.
DON LATINO: ¡Que me estás asustando! Max, vamos a caminar. Incorpórate, ¡no tuerzas la boca, condenado! ¡Max! ¡Max! ¡Condenado, responde!
MAX: Los muertos no hablan.
DON LATINO: Definitivamente, te dejo.
MAX: ¡Buenas noches!

DON LATINO DE HISPALIS se sopla los dedos arrecidos y camina unos pasos encorvándose bajo su carrik pingón, orlado de cascarrias. Con una tos gruñona retorna al lado de MAX ESTRELLA. Procura incorporarle hablándole a la oreja.

DON LATINO: Max, estás completamente borracho y sería un crimen dejarte la cartera encima, para que te la roben. Max, me llevo tu cartera y te la devolveré mañana.
Ramón del Valle-Inclán
Luces de Bohemia

PROGRES

Ya en el año cinco, al marchar a la ciudad para lo del bachillerato, me avergonzaba ser de pueblo y que los profesores me preguntasen (sin indagar antes si yo era de pueblo o de ciudad): "Isidoro ¿de qué pueblo eres tú?" Y también me mortificaba que los externos se dieran de codo y cuchichearan entre sí: "¿Te has fijado que cara de pueblo tiene el Isidoro?" o, simplemente, que prescindieran de mí cuando echaban a pies para disputar una partida de zancos o de pelota china y dijeran despectivamente: "Ése no; ése es de pueblo." Y yo ponía buen cuidado por entonces en evitar decir: "Allá en mi pueblo..." o "El día que regrese a mi pueblo", pero a pesar de ello, el Topo, el profesor de Aritmética y Geometría, me dijo una tarde en que yo no acertaba a demostrar que los ángulos de un triángulo valieran dos rectos: "Siéntate, llevas el pueblo escrito en la cara". Y a partir de entonces, el hecho de ser de pueblo se me hacía una desgracia, y yo no podía explicar cómo se cazan gorriones con cepos o colorines con liga, ni que los espárragos, junto al arroyo, brotaran más recios echándoles porquería de caballo, porque mis compañeros me menospreciaban y se reían de mí. [] Así, en cuanto pude, me largué de allí, a Bilbao, donde decían que embarcaban mozos gratis para el Canal de Panamá y que luego le descontaban a uno el pasaje de la soldada.
Pero lo curioso es que allá no me mortificaba tener un pueblo y hasta deseaba que cualquiera me preguntase algo para decirle: "Allá, en mi pueblo, el cerdo lo matan así, o asao". O bien: "Allá en mi pueblo, los hombres visten traje de pana rayada y las mujeres sayas negras, largas hasta los pies". O bien: "Allá en mi pueblo, la tierra y el agua son tan calcáreas que los pollos se asfixian dentro del huevo sin llegar a romper el cascarón". O bien: "Allá, en mi pueblo, si el enjambre se larga, basta arrimarle una escriña agujereada con una rama de carrasco para reintegrarle a la colmena". Y empecé a darme cuenta, entonces, de que ser de pueblo era un don de Dios y que ser de ciudad era un poco como ser inclusero y que los tesos y el nido de la cigüeña y los chopos y el riachuelo y el soto eran siempre los mismos, mientras que las pilas de ladrillo y los bloques de cemento y las montañas de piedra de la ciudad cambiaban cada día y con los años no restaba allí un solo testigo del nacimiento de uno, porque mientras el pueblo permanecía, la ciudad se desintegraba por aquello del progreso y las perspectivas de futuro.

Miguel Delibes
Viejas historias de Castilla la Vieja

MARCIANADAS

Entonces percibió que el extremo circular del cilindro rotaba con gran lentitud. Era tan gradual este movimiento, que lo descubrió sólo al fijarse que una marca negra que había estado cerca de él unos cinco minutos antes se hallaba ahora al otro lado de la circunferencia. Aun entonces no interpretó lo que esto significaba hasta que oyó un rechinamiento raro y vio que la marca negra daba otro empujón. Entonces comprendió la verdad. ¡El cilindro era artificial, estaba hueco y su extremo se abría! Algo que estaba dentro del objeto hacía girar su tapa.
—¡Dios mío!—exclamó Ogilvy—. Allí dentro hay hombres. Y estarán semiquemados. Quieren escapar.
Instantáneamente relacionó el cilindro con las explosiones de Marte. La idea de las criaturas allí confinadas le resultó tan espantosa, que olvidó el calor y se adelantó para ayudar a los que se esforzaban por desenroscar la tapa. Pero afortunadamente, las radiaciones calóricas le contuvieron antes que pudiera quemarse las manos sobre el metal, todavía candente. Aun así, se quedó irresoluto por un momento; luego giró sobre sus talones, trepó fuera del pozo y partió a toda carrera en dirección a Woking. Debían ser entonces las seis de la mañana. Se encontró con un carretero y trató de hacerle comprender lo que sucedía; mas su relato era tan increíble y su aspecto tan poco recomendable, que el otro siguió viaje sin prestarle atención. Lo mismo le ocurrió con el tabernero que estaba abriendo las puertas de su negocio en Horsell Bridge. El individuo creyó que era un loco escapado del manicomio y trató vanamente de encerrarlo en su taberna. Esto calmó un tanto a Ogilvy, y cuando vio a Henderson, el periodista londinense, que acababa de salir a su jardín, le llamó desde la acera y logró hacerse entender.
—Henderson—dijo—, ¿vio usted la estrella fugaz de anoche?
—Sí.
—Pues ahora está en el campo de Horsell.
—¡Cielos!—exclamó el periodista—. Un meteorito, ¿eh? ¡Magnífico!
—Pero es algo más que un meteorito. ¡Es un cilindro artificial!... Y hay algo dentro.
Henderson se irguió con su pala en la mano.
—¿Cómo?—inquirió, pues era sordo de un oído.
Ogilvy le contó entonces todo lo que había visto y Henderson tardó unos minutos en asimilar el significado de su relato. Soltó luego la pala, tomó su chaqueta y salió al camino. Los dos hombres corrieron en seguida al campo comunal y encontraron el cilindro todavía en la misma posición. Pero ahora habían cesado los ruidos interiores y un delgado círculo de metal brillante se mostraba entre el extremo y el cuerpo del objeto. Con un ruido sibilante entraba o salía el aire por el borde de la tapa. Escucharon un rato, golpearon el metal con un palo, y al no obtener respuesta sacaron en conclusión que el ser o los seres que se hallaban en el interior debían estar desmayados o muertos.
H.G. Wells
La guerra de los mundos