-¡No se la puede tomar en serio a Nines!
Que lo que tenga sea un padecimiento no se lo discuto yo ni nadie. Una
enfermedad es lo que no.
-¡Estaba muy enamorada, viene a ser como
una enfermedad...! -comentó mi madre desde el otro extremo de la mesa del
comedor donde tomábamos el té toda la familia-.
-¿Y qué? ¿Qué tendrá que ver el amor con
no comer? Nines lo que es es una abúlica completa. Dime, de amor, que tú
conozcas, cuántas han dejado de comer. ¡Ninguna! - aseguró tía Lucía respondiéndose
a sí misma.
Violeta y yo nos miramos, horrorizadas y
encantadas del giro tempestuoso que empezaban ya a adquirir las frases de la
tía Lucia. Erguida en su silla, sin apoyar la espalda en el respaldo, abría los
grandes ojos azules encolerizada por la ligera oposición que parecía ofrecer mi
madre.
-¡Lucía, el huevo! Tómate el huevo, que luego, frío, te sienta como un tiro.
Pero tía Lucía no estaba en ese instante interesada en la temperatura de sus alimentos. Se limitó por eso a dar un fuerte golpe al huevo con su elegante cucharita de marfil. Nadie hubiera sido capaz de impedir que tía Lucía dijera lo que quería decir sobre tía Nines.
-Lo que pasa es que Nines se ha empeñado en no sobreponerse, y no se sobrepone aunque la mates. No hay médico que valga, ni enfermera, ni monja ni persona que pueda con una voluntad como Ia suya. ¡Ha decidido que se muere de hambre y ahí la tienes, por debajo ya de los cuarenta kilos, como Gandhi!
-¡Lucía, el huevo! Tómate el huevo, que luego, frío, te sienta como un tiro.
Pero tía Lucía no estaba en ese instante interesada en la temperatura de sus alimentos. Se limitó por eso a dar un fuerte golpe al huevo con su elegante cucharita de marfil. Nadie hubiera sido capaz de impedir que tía Lucía dijera lo que quería decir sobre tía Nines.
-Lo que pasa es que Nines se ha empeñado en no sobreponerse, y no se sobrepone aunque la mates. No hay médico que valga, ni enfermera, ni monja ni persona que pueda con una voluntad como Ia suya. ¡Ha decidido que se muere de hambre y ahí la tienes, por debajo ya de los cuarenta kilos, como Gandhi!
Violeta y yo volvimos a miramos. La
tormenta iba cada vez a peor y a peor. Con voz reposada -una voz calculada para
impacientar a tía Lucía, que era la mayor de las hermanas, después venía mi
madre y después tía Nines- declaró mi madre:
-Es muy injusto y muy absurdo eso que
dices. Tú sabes todo cómo fue. No me refiero solo a la desgracia. Me refiero a
todo, pobrecilla Nines. La vida suya cómo era y cómo es. No es que se quiera
morir de hambre. Ni morirse. Lo que no quiere es vivir más, que es muy distinto.
Álvaro Pombo
Donde las mujeres