CONTRACCIÓN

Aquella noche la señora Ames se sentó en la cocina con la puerta cerrada. Estaba intensamente pálida y agarraba la mesa con ambas manos, para dominar su terror. El sonido, primero de los golpes, y luego de los chillidos, se filtraba con claridad a través de las puertas cerradas. El señor Ames no sabía propinar latigazos debido a que nunca se había visto obligado a hacerlo. Azotaba las piernas de Cathy con el látigo de nudos, y cuando vio que ella permanecía quieta y tranquila, sin dejar de mirarlo fijamente con sus fríos ojos, perdió por completo los estribos. Los primeros golpes eran inexpertos y tímidos, pero al percatarse de que no lloraba, la azotó sobre los hombros y en la espalda. El látigo restallaba y cortaba la carne. Cegado por su rabia, falló el golpe varias veces, y en ocasiones llegó a acercarse tanto que el látigo se enroscó en torno al cuerpo de la joven. Cathy comprendió enseguida la actitud que debía adoptar. Conocía cual era el punto flaco de su padre, y por consiguiente se puso a chillar, a retorcerse de dolor, a llorar, a suplicar, y así tuvo la satisfacción de ver cómo los azotes menguaban instantáneamente. Al señor Ames le horrorizaba el escándalo y la conmoción que estaba causando. Así que dejó de propinar azotes a Cathy. Ésta se dejó caer sollozando en el lecho. Si su padre se hubiese tomado la molestia de mirarle a la cara, hubiese visto que sus ojos estaban secos, pero con los músculos del cuello en tensión, y que bajo sus sienes aparecían unos pequeños bultos, producidos por la contracción del músculo de la mandíbula.
Al Este del Edén
John Steinbeck