Se llamaba Benjamin Driscoll, tenia treinta y un años y quería que Marte creciera verde y alto con arboles y follaje, produciendo aire, mucho aire, que aumentaría en cada temporada. Los arboles refrescarían las ciudades abrasadas por el verano, los arboles pararían los vientos del invierno. Un árbol podría ser tantas cosas: color, sombra, fruta, paraíso de los niños, universo aéreo de escalas y columpios, arquitectura de alimento y placer. Todo eso era un árbol. Pero los arboles eran, ante todo, fuente de aire puro y un suave murmullo que adormece a los hombres acostados de noche en lechos de nieve.
Ray Bradbury
Crónicas marcianas
Ray Bradbury
Crónicas marcianas
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