-¡Y qué grandes se sienten los hombres en su desorientación! ¿Lo ha advertido? Como si cada uno se sintiera aplastado por sí mismo, por la fuerza heroica que ha descubierto en él.
El doctor Zhivago
Borís Pasternak
jueves | Publicado por M.Turiso en 20:13 0 comentarios
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martes | Publicado por M.Turiso en 18:07 0 comentarios
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Asesinado por el cielo,
entre las formas que van hacia la sierpe
y las formas que buscan el cristal,
dejaré crecer mis cabellos.
Con el árbol de muñones que no canta
y el niño con el blanco rostro de huevo.
Con los animalitos de cabeza rota
y el agua harapienta de los pies secos.
Con todo lo que tiene cansancio sordomudo
y mariposa ahogada en el tintero.
Tropezando con mi rostro distinto de cada día.
¡Asesinado por el cielo!
Federico García Lorca
Vuelta de paseo. Poeta en Nueva York
viernes | Publicado por M.Turiso en 18:56 2 comentarios
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Dándose la vuelta, se dirigió hacia la ventana y alzó el estor. El resplandor del alba inundó la habitación y barrió hacia los rincones oscuros las sombras fantásticas, que se inmovilizaron, temblorosas. Pero la extraña expresión que Dorian Gray había advertido en el rostro del retrato siguió presente, más intensa si cabe. La temblorosa y ardiente luz del sol le mostró los pliegues crueles en torno a la boca con la misma claridad que si se hubiera mirado en un espejo después de cometer alguna acción abominable.lunes | Publicado por M.Turiso en 20:52 0 comentarios
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En el café de doña Rosa, como en todos, el público de la hora del café no es el mismo que el público de la hora de merendar. Todos son habituales, bien es cierto, todos se sientan en los mismos divanes, todos beben en los mismos vasos, toman el mismo bicarbonato, pagan en iguales pesetas, aguantan idénticas impertinencias a la dueña, pero, sin embargo, quizás alguien sepa por qué, la gente de las tres de la tarde no tiene nada que ver con la que llega dadas las siete y media; es posible que lo único que pudiera unirlos fuese la idea, que todos guardan en el fondo de sus corazones, de que ellos son, realmente, la vieja guardia del café.viernes | Publicado por M.Turiso en 20:34 0 comentarios
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lunes | Publicado por M.Turiso en 20:46 1 comentarios
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Soy un guardador de rebaños.
El rebaño es mis pensamientos
y mis pensamientos son, todos, sensaciones.
Pienso con los ojos y con los oídos
y con las manos y los pies
y con la nariz y la boca.
Pensar una flor es verla y olerla,
y comer un fruto es saberle el sentido.
Por eso, cuando en días de calor
me siento triste de gozarlos tanto
y a todo lo largo que soy me tumbo en la hierba
y cierro los ojos calientes,
siento todo mi cuerpo tumbado en la realidad.
Sé la verdad y soy feliz
Alberto Caeiro (Fernando Pessoa)
El guardador de rebaños
viernes | Publicado por M.Turiso en 20:10 3 comentarios
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Apenas tenía seis años y aún no la llevaban al campo. Era por el tiempo de la siega, con un calor grande, abrasador, sobre los senderos. La dejaban en casa, cerrada con llave, y le decían:- Que seas buena, que no alborotes: y si algo te pasara, asómate a la ventana y llama a doña Clementina.Ella decía que sí con la cabeza. Pero nunca le ocurría nada, y se pasaba el día sentada al borde de la ventana, jugando con "Pipa".
Doña Clementina la veía desde el huertecillo. Sus casas estaban pegadas la una a la otra, aunque la de doña Clementina era mucho más grande, y tenía, además, un huerto con un peral y dos ciruelos. Al otro lado del muro se abría el ventanuco tras el cual la niña se sentaba siempre. A veces, doña Clementina levantaba los ojos de su costura y la miraba.- ¿Qué haces, niña?La niña tenía la carita delgada, pálida, entre las flacas trenzas de un negro mate.- Juego con "Pipa" -decía. [...]
Un día, por fin, se enteró de quién era "Pipa".- La muñeca -explicó la niña.- Enséñamela...La niña levantó en su mano terrosa un objeto que doña Clementina no podía ver claramente.- No la veo, hija. Échamela...La niña vaciló.-Pero luego, ¿me la devolverá?-Claro está...La niña le echó a "Pipa" y doña Clementina, cuando la tuvo en sus manos, se quedó pensativa. "Pipa" era simplemente una ramita seca envuelta en un trozo de percal sujeto con un cordel. Le dio la vuelta entre los dedos y miró con cierta tristeza hacia la ventana. [...]
Un día, la niña dejó de asomarse a la ventana. Doña Clementina le preguntó a la mujer Mediavilla:- ¿Y la pequeña?- Ay, está delicá, sabe usted. Don Leoncio dice que le dieron las fiebres de Malta. [...]
Al día siguiente, doña Clementina volvió a visitar a la niña. En cuanto la vio, como si se tratara de una cómplice, la pequeña le habló de "Pipa":- Que me traiga a "Pipa", dígaselo usted, que la traiga...El llanto levantaba el pecho de la niña, le llenaba la cara de lágrimas, que caían despacio hasta la manta.- Yo te voy a traer una muñeca, no llores.Doña Clementina dijo a su marido, por la noche:- Tendría que bajar a Fuenmayor, a unas compras.- Baja -respondió el médico, con la cabeza hundida en el periódico. [...]
Anochecía ya cuando llegó a la aldea. Subió la escalera y, algo avergonzada de sí misma, notó que su corazón latía fuerte. La mujer Mediavilla estaba ya en casa, preparando la cena. En cuanto la vio alzó las dos manos.- ¡Ay, usté, doña Clementina! ¡Válgame Dios, ya disimulará en qué trazas la recibo! ¡Quién iba a pensar...!Cortó sus exclamaciones.- Venía a ver a la pequeña, le traigo un juguete...Muda de asombro la Mediavilla la hizo pasar.- Ay, cuitada, y mira quién viene a verte...La niña levantó la cabeza de la almohada. La llama de un candil de aceite, clavado en la pared, temblaba, amarilla.- Mira lo que te traigo: te traigo otra "Pipa", mucho más bonita.Abrió la caja y la muñeca apareció, rubia y extraña.Los ojos negros de la niña estaban llenos de una luz nueva, que casi embellecía su carita fea. Una sonrisa se le iniciaba, que se enfrió en seguida a la vista de la muñeca. Dejó caer de nuevo la cabeza en la almohada y empezó a llorar despacio y silenciosamente, como acostumbraba.- No es "Pipa" -dijo-. No es "Pipa". [...]
Al día siguiente doña Clementina recogió del huerto una ramita seca y la envolvió en un retal. Subió a ver a la niña:- Te traigo a tu "Pipa".La niña levantó la cabeza con la viveza del día anterior. De nuevo, la tristeza subió a sus ojos oscuros.- No es "Pipa".Día a día, doña Clementina confeccionó "Pipa" tras "Pipa", sin ningún resultado. [...]
En efecto, apenas iniciado el otoño, la niña se murió. Doña Clementina sintió un pesar grande, allí dentro, donde un día le naciera tan tierna curiosidad por "Pipa" y su pequeña madre.
Fue a la primavera siguiente, ya en pleno deshielo, cuando una mañana, rebuscando en la tierra, bajo los ciruelos, apareció la ramita seca, envuelta en su pedazo de percal. Estaba quemada por la nieve, quebradiza, y el color rojo de la tela se había vuelto de un rosa desvaído. Doña Clementina tomó a "Pipa" entre sus dedos, la levantó con respeto y la miró, bajo los rayos pálidos del sol.-Verdaderamente- se dijo-. ¡Cuánta razón tenía la pequeña! ¡Qué cara tan hermosa y triste tiene esta muñeca!
Ana María Matute
La rama seca
Publicado por M.Turiso en 19:23 6 comentarios
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En ese tiempo remoto, yo era muy joven y vivía con mis abuelos en una quinta de paredes blancas de la calle Ocharán, en Miraflores. Estudiaba en San Marcos, Derecho, creo, resignado a ganarme más tarde la vida con una profesión liberal, aunque, en el fondo, me hubiera gustado más llegar a ser un escritor. Tenía un trabajo de título pomposo, sueldo modesto, apropiaciones ilícitas y horario elástico: director de Informaciones de Radio Panamericana. Consistía en recortar las noticias interesantes que aparecían en los diarios y maquillarlas un poco para que se leyeran en los boletines. La redacción a mis órdenes era un muchacho de pelos engomados y amante de las catástrofes llamado Pascual. Había boletines cada hora, de un minuto, salvo los de mediodía y de las nueve, que eran de quince, pero nosotros preparábamos varios a la vez, de modo que yo andaba mucho en la calle, tomando cafecitos en la Colmena, alguna vez en clases, o en las oficinas de Radio Central, más animadas que las de mi trabajo.sábado | Publicado por M.Turiso en 21:08 1 comentarios
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Sólo sabía que idea obsesiva apresuraba su paso, y por qué miraba al día deslumbrante con tan ávidos ojos; aquel hombre había matado lo que amaba, y por eso iba a morir. Aunque todos los hombres matan lo que aman, que lo oiga todo el mundo, unos lo hacen con una mirada amarga, otros con una palabra zalamera; el cobarde con un beso, ¡el valiente con una espada! Unos matan su amor cuando son jóvenes, y otros cuando son viejos; unos lo ahogan con manos de lujuria, otros con manos de oro; el más piadoso usa un cuchillo, pues así el muerto se enfría antes. Unos aman muy poco, otros demasiado, algunos venden, y otros compran; unos dan muerte con muchas lágrimas y otros sin un suspiro: pero aunque todos los hombres matan lo que aman, no todos deben morir por ello. No todo hombre muere de muerte infamante en un día de negra vergüenza, ni le echan un dogal al cuello, ni una mortaja sobre el rostro, ni cae con los pies por delante, a través del suelo, en el vacío. No todo hombre convive con hombres callados que lo vigilan noche y día, que lo vigilan cuando intenta llorar y cuando intenta rezar, que lo vigilan por miedo a que él mismo robe su presa a la prisión. No todo hombre despierta al alba y ve aterradoras figuras en su celda, al trémulo capellán con ornamentos blancos, y al director, de negro brillante, con el rostro amarillo de la sentencia. No todo hombre se levanta con lastimera prisa para vestir sus ropas de condenado mientras algún doctor de zafia lengua disfruta y anota cada nueva crispación nerviosa, manoseando un reloj cuyo débil tictac suena lo mismo que horribles martillazos. No todo hombre siente esa asquerosa sed que le reseca a uno la garganta antes de que el verdugo, con sus guantes de faena, franquee la puerta acolchada y le ate con tres correas de cuero para que la garganta no vuelva a sentir sed. No todo hombre inclina la cabeza para escuchar el oficio de difuntos ni, mientras la angustia de su alma le dice que no está muerto, pasa junto a su propio ataúd camino del atroz tinglado. No todo hombre mira hacia lo alto a través de un tejadillo de cristal, ni reza con labios de barro para que cese su agonía ni siente en su mejilla estremecida el beso de Caifás.viernes | Publicado por M.Turiso en 18:31 0 comentarios
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