ABHORRERE

Y ya en la cama siguió diciéndose: «Pues el caso es que he estado aburriéndome sin saberlo, y dos mortales años... desde que murió mi santa madre... Sí, sí, hay un aburrimiento inconsciente. Casi todos los hombres nos aburrimos inconscientemente. El aburrimiento es el fondo de la vida, y el aburrimiento es el que ha inventado los juegos, las distracciones, las novelas y el amor. La niebla de la vida rezuma un dulce aburrimiento, licor agridulce. Todos estos sucesos cotidianos, insignificantes; todas estas dulces conversaciones con que matamos el tiempo y alargamos la vida, ¿qué son sino dulcísimo aburrirse? ¡Oh, Eugenia, mi Eugenia, flor de mi aburrimiento vital e inconsciente, asísteme en mis sueños, sueña en mí y conmigo!» Y quedóse dormido.
Miguel de Unamuno
Niebla

EnREDO

-Se ha equivocado usted, Madeleine…Ésta es la escalera del campanario.
-Siento curiosidad por verlo –dijo.
-No podemos demorarnos tanto.
-¡Sólo un momento!
Ella ya estaba ascendiendo. Él no podía dudar mucho tiempo. Con repugnancia, subió los primeros peldaños, cogiéndose a una cuerda grasienta que hacía las veces de barandilla.
-¡Madeleine!...¡No tan aprisa!
Su voz retumbó, multiplicada en ecos breves por las paredes curvadas. Madeleine no contestó, pero el ruido de sus pequeños zapatos resonaba en los escalones.
[…]
Respiraba agitadamente. El pulso le latía con fuerza. Las piernas no le obedecían correctamente. Un segundo descansillo. Puso la mano ante sus ojos para no ver el vacío, pero lo sentía a su izquierda, en el hueco donde colgaban las cuerdas de las campanas. Unas cornejas echaron a volar, graznando alrededor de las piedras cálidas. Nunca sería capaz de bajar por allí.
-¡Madeleine!
Su voz se estranguló. ¿Comenzaría a gritar como un niño en la oscuridad? Los peldaños se hacían más altos, desgastados en el centro. Un poco de claridad diurna entraba a través de una tercera abertura situada sobre su cabeza. El vértigo le acechaba en aquel nuevo descansillo.
[…]
-¡No! –gritó-. No… Madeleine… No haga eso… ¡Escúcheme!
Las campanas resonaban en lo alto del hueco. Conferían a su voz una sonoridad metálica, y repetían “…me...” con una gravedad inhumana. Desconcertado dirigió la mirada hacia la abertura. La puerta la dividía por la mitad. ¿Se podía franquear aquella puerta por el exterior? Sí. Había una estrecha cornisa que ceñía el campanario Jadeaba, fascinado por esa cornisa desde la que la vista dominaba todo el paisaje. Cualquier otro hubiera podido pasar…Pero él…imposible. Caería…se estrellaría. ¡Ah! Madeleine…Vociferaba en su jaula de piedra. El grito de Madeleine le contestó. Una sombra pasó ante la ventana. Con los puños en la boca, contó, como hacía de pequeño, entre el relámpago y el trueno. Un golpe sordo, breve resonó abajo; con los ojos empañados por sudor, repetía con voz de moribundo:
-Madeleine…Madeleine…no…
Pierre Boileau/Thomas Narcejac
Vértigo
(D'entre les morts)

BIG MAN

A Clarence Clemons, in memoriam
- ¿Hoy no hay café? -dije a modo de saludo.
- Hoy no. Vi que ayer no lo quería.
Se hizo a un lado de manera que yo pudiera meter la llave y entrar.
- ¿Puedo preguntarle algo? -dije.
- Si le digo que no, me lo preguntará de todos modos.
- Probablemente tiene razón.
Abrí la puerta.
- Haga la pregunta.
- Muy bien. No me parece un tipo de iPod, ¿a quién estaba escuchando?
- A alguien de quien estoy seguro que no ha oído hablar.
- Ya lo pillo. ¿Es Tony Robbins, el gurú de la autoayuda?
Bosch negó con la cabeza sin morder el anzuelo.
- Frank Morgan -dijo.
Asentí con la cabeza.
- ¿El saxofonista? Sí, conozco a Frank.
Bosch pareció sorprendido cuando entramos en la zona de recepción.
- Lo conoce -dijo en tono incrédulo.
- Sí, suelo pasarme a saludar cuando toca en el Catalina o el Jazz Bakery. A mi padre le encanta-ba el jazz y en los años cincuenta y sesenta fue el abogado de Frank, quien se metió en líos antes de dejar las drogas. Terminó tocando en San Quintín con Art Pepper, lo ha oído nombrar, ¿no? Cuando conocí a Frank no necesitaba ayuda de un abogado defensor, le iba bien.
Bosch tardó un momento en recuperarse de la sorpresa de que conociera a Frank Morgan, el oscuro heredero de Charlie Parker que durante dos décadas dilapidó esa herencia con la heroína. Cruzamos la zona de recepción y entramos en la oficina principal.
- Bueno, ¿cómo va el caso? -pregunté.
- Va -contestó.
Michel Connelly
El Veredicto

A LA INTEMPERIE

-¡Piense qué tiempos son estos! ¡Y nosotros los vivimos!
Cosas tan extraordinarias solamente ocurren una vez en la eternidad. Es como si un vendaval se hubiese llevado el tejado de toda Rusia, y nosotros junto con todo el pueblo nos hubiéramos encontrado de pronto a la intemperie, bajo el cielo. Y no hay nadie que nos guarde. ¡La libertad! La verdadera libertad no es la de la palabra, la de las reivindicaciones, sino una libertad caída del cielo, inesperadamente. Es una libertad obtenida por casualidad, por error.
-¡Y qué grandes se sienten los hombres en su desorientación! ¿Lo ha advertido? Como si cada uno se sintiera aplastado por sí mismo, por la fuerza heroica que ha descubierto en él.
El doctor Zhivago
Borís Pasternak

ÚLTIMO PASAJERO

EL AUTOBÚS
Fui el último pasajero del día.
Estaba solo en el autobús.
Me sentía contento de que se estuvieran gastando tanto dinero
sólo para llevarme por la Octava Avenida arriba.
¡Conductor! Grité, estamos usted y yo esta noche.
huyamos de esta gran ciudad
a una ciudad más pequeña más propia para el corazón,
conduzcamos más allá de las piscinas de Miami Beach,
usted en el asiento del conductor, yo varios asientos más atrás,
pero en las ciudades racistas cambiaremos de lugar
para mostrar lo bien que le ha ido arriba en el norte,
y busquemos para nosotros alguna diminuta villa pesquera americana
en la Florida desconocida
y aparquemos justamente al borde de la arena,
un enorme autobús como una señal,
metálico, pintado, solitario,
con matrícula de Nueva York
Leonard Cohen
Flores para Hitler
(Versión de Antonio Resines)