CAER EN GRACIA


Habría que añadir, sin más dilación y para evitar malentendidos, que su pequeño plan de independencia no incluía expresamente la ayuda de otra persona del sexo opuesto; no estaba ahorrando virtud para cubrir los costes de un flirteo. Había varios motivos para ello. Para empezar, tenía un rostro muy vulgar, y estaba muy lejos de hacerse ilusiones sobre su aspecto. Le tenía tomadas las medidas hasta al último cabello, conocía lo peor y lo mejor, se había aceptado a sí misma. Y esto, sin duda, no sin esfuerzo. Cuando era una muchacha se había pasado horas de espaldas al espejo, llorando a lágrima viva; y más adelante, impulsada por la desesperación y a modo de bravucona da, había adoptado la costumbre de proclamarse la mujer menos agraciada del mundo, con el fin –como era inevitable según la cortesía habitual– de ser contradicha y reafirmada. Fue al venir a vivir a Europa cuando empezó a tomarse el asunto con filosofía. Sus dotes de observación, que aquí ejercitaba vivamente, le habían sugerido que el primer deber de una mujer no es ser hermosa, sino simpática; y se encontró con tantas mujeres que agradaban sin hermosura, que empezó a sentir que había descubierto su misión.
Henry James
El americano

TRIZAS

Marta: El gran problema de Jorge con respecto al pequeño... ¡Ja, ja, ja, Ja!... con respecto a nuestro hijo, nuestro magnífico hijo, es que en lo más profundo de su naturaleza más íntima no está del todo seguro de que sea su hijo.
Jorge: ¡Dios mío, qué perversa eres!
Marta: Y eso que te dije muchas veces que sólo quería concebir contigo... lo sabes muy bien, mi amor.
Jorge: Estás llena de perversidad.
Honey: ¡Dios mío, Dios mío!
Nick: No me parece un tema para...
Jorge: Marta miente. Quiero que lo sepan: Marta miente. (Marta se ríe). Son muy pocas cosas en este mundo de las cuales estoy seguro...los limites del país, el nivel del océano, las alianzas políticas, los principios morales... no pondría mi mano en el fuego por nada de eso... pero de la única cosa de la que estoy realmente seguro es de mi participación en la creación de nuestro... hijo, de ojos rubios y pelo azul
[...]
Jorge: No has sabido respetar las reglas, querida. Hablaste de él hablaste de él con otra persona.
Marta (Con lágrimas): No hablé. Nunca hablé.
Jorge: Si, hablaste.
Marta: ¿Con quién? ¿CON QUIÉN?
Honey (llorando): Conmigo. Usted me habló de él.
Marta (llorando) ¿ME OLVIDÉ! A veces me olvido, … cuando es de noche... cuando es muy tarde... y todo el mundo está... conversando, me olvido. . ., y necesito hablar de él, pero siempre ME CONTENGO... Me contengo... aunque sólo yo sé cuántas voces he querido hacerlo...
[...]
Jorge: Esa oportunidad se presenta una vez por mes, Marta. Estoy acostumbrado. Una vez por mes aparece Marta, la incomprendida, la niña dulce, la niña pequeña que vuelve a florecer bajo una caricia y yo lo he creído más veces de las que quiero acordarme, porque no; quiero pensar que soy un imbécil. Pero ahora no te creo... simplemente no te creo. Ahora ya no hay ninguna posibilidad de que podamos tener un minuto de felicidad... los dos juntos.
Marta (agresiva): Quizá tengas razón, querido. Entre tú y yo ya no hay posibilidad de nada... ¡porque tú no eres nada! ¡ZAS! ¡Saltó el resorte esta noche en la fiesta de papá! (Con intenso desprecio, pero también con amargura). Yo estaba allí sentada... Mirándote... luego miraba a los hombres que te rodeaban... más jóvenes... hombres que llegarán a ser algo. Te miraba y de pronto descubrí que tú ya no existías. ¡En ese momento se rompió el resorte! Finalmente se rompió! Y ahora lo voy a gritar a los cuatro vientos, lo voy a aullar, y no me importa lo que hagas. Y voy a provocar un escándalo como jamás has visto.
Jorge (con calma): Ese juego me apasiona. Comienza y verás cómo te mato el punto.
Marta (esperanzada): ¿Es un desafío, Jorge?
Jorge: Es un desafío, Marta.
Marta: Vas a perder, querido.
Jorge: Ten cuidado, Marta... te voy a hacer trizas.
Marta: No eres lo bastante hombre para eso...te faltan agallas.
Jorge: ¿Guerra a muerte?
Marta: A muerte.
Hay un silencio. Los dos parecen aliviados y exaltados.
Edward Albee
Quién teme a Virginia Woolf

ABHORRERE

Y ya en la cama siguió diciéndose: «Pues el caso es que he estado aburriéndome sin saberlo, y dos mortales años... desde que murió mi santa madre... Sí, sí, hay un aburrimiento inconsciente. Casi todos los hombres nos aburrimos inconscientemente. El aburrimiento es el fondo de la vida, y el aburrimiento es el que ha inventado los juegos, las distracciones, las novelas y el amor. La niebla de la vida rezuma un dulce aburrimiento, licor agridulce. Todos estos sucesos cotidianos, insignificantes; todas estas dulces conversaciones con que matamos el tiempo y alargamos la vida, ¿qué son sino dulcísimo aburrirse? ¡Oh, Eugenia, mi Eugenia, flor de mi aburrimiento vital e inconsciente, asísteme en mis sueños, sueña en mí y conmigo!» Y quedóse dormido.
Miguel de Unamuno
Niebla

EnREDO

-Se ha equivocado usted, Madeleine…Ésta es la escalera del campanario.
-Siento curiosidad por verlo –dijo.
-No podemos demorarnos tanto.
-¡Sólo un momento!
Ella ya estaba ascendiendo. Él no podía dudar mucho tiempo. Con repugnancia, subió los primeros peldaños, cogiéndose a una cuerda grasienta que hacía las veces de barandilla.
-¡Madeleine!...¡No tan aprisa!
Su voz retumbó, multiplicada en ecos breves por las paredes curvadas. Madeleine no contestó, pero el ruido de sus pequeños zapatos resonaba en los escalones.
[…]
Respiraba agitadamente. El pulso le latía con fuerza. Las piernas no le obedecían correctamente. Un segundo descansillo. Puso la mano ante sus ojos para no ver el vacío, pero lo sentía a su izquierda, en el hueco donde colgaban las cuerdas de las campanas. Unas cornejas echaron a volar, graznando alrededor de las piedras cálidas. Nunca sería capaz de bajar por allí.
-¡Madeleine!
Su voz se estranguló. ¿Comenzaría a gritar como un niño en la oscuridad? Los peldaños se hacían más altos, desgastados en el centro. Un poco de claridad diurna entraba a través de una tercera abertura situada sobre su cabeza. El vértigo le acechaba en aquel nuevo descansillo.
[…]
-¡No! –gritó-. No… Madeleine… No haga eso… ¡Escúcheme!
Las campanas resonaban en lo alto del hueco. Conferían a su voz una sonoridad metálica, y repetían “…me...” con una gravedad inhumana. Desconcertado dirigió la mirada hacia la abertura. La puerta la dividía por la mitad. ¿Se podía franquear aquella puerta por el exterior? Sí. Había una estrecha cornisa que ceñía el campanario Jadeaba, fascinado por esa cornisa desde la que la vista dominaba todo el paisaje. Cualquier otro hubiera podido pasar…Pero él…imposible. Caería…se estrellaría. ¡Ah! Madeleine…Vociferaba en su jaula de piedra. El grito de Madeleine le contestó. Una sombra pasó ante la ventana. Con los puños en la boca, contó, como hacía de pequeño, entre el relámpago y el trueno. Un golpe sordo, breve resonó abajo; con los ojos empañados por sudor, repetía con voz de moribundo:
-Madeleine…Madeleine…no…
Pierre Boileau/Thomas Narcejac
Vértigo
(D'entre les morts)